DON ALVARO, EL GENERAL DE LOS LIBERALES.
Fotografía del Coto de San Nicolás en septiembre de 1962 y retrato del general don Álvaro Suarez Valdés, cuya casa estaba al final de la calle que hoy lleva su nombre.
Don Álvaro Suárez Valdés y Rodríguez San Pedro, nacido en Grado el 21 de noviembre de 1840, hijo de doña Teresa y don Luis, que superados con éxito los estudios primarios ingresó en el Colegio de Infantería del ejército español.
De donde salió en 1857 como cadete para integrarse en el batallón provincial de Zamora donde en 1859 tenía el grado de subteniente.
Un año después cruzará el océano por vez primera al ser destinado a la isla de Cuba, donde comenzaría a familiarizarse con aquel clima hostil para un asturiano y de donde pasó a México a las órdenes del General Prim en el llamado Regimiento del Rey, obteniendo varios ascensos por méritos en combate, ya que don Álvaro era decidido y audaz como pocos. Cabe señalar que México por entonces ya era “independiente,” el motivo aquella incursión de un ejército extranjero compuesto de tropas francesas, inglesas y españolas en tierras mexicanas, era para cobrar la descomunal deuda externa que los hijos de los Aztecas habían contraído con Europa y que el gobierno mexicano se negaba a pagar habiéndose declarado en bancarrota. Además de pagar con intereses, encima cobraron.
Saldada la deuda con oro y sangre, a don Álvaro lo envían ya como capitán a la isla de La Española, en aquellos años convulsos de revueltas preñadas de un exceso de líderes populacheros, federales, reformistas, conservadores, que solo ansiaban hacerse con el coroto para aumentar sus riquezas.
En países donde el pueblo llano siempre mantuvo la pata en el suelo y el hambre en el cuerpo, quizás para sentir mejor su tierra, para amar desde el dolor, la patria que les negó la libertad, la comida y la vida.
Pero en España tampoco escaseaban los que ambicionaban el trono y se desencadenó una guerra carlista más, por lo que muchos militares de servicio en ultramar fueron reclamados a los campos de batalla españoles.
Don Álvaro regresa y se cubre de gloria civil casandose en Gijón, apacible ciudad (quien lo diría) con la bella joven doña Matilde Perdomo de Castro, donde nacerán espaciados en el tiempo por razones de guerra, sus cuatro hijos.
Además también se cubre de gloria militar por su valor al mando el regimiento Mendigorria de los Liberales, en la comarca de las Encartaciones de Vizcaya, así como en las acciones Oñate, en Oquendo y en el Monte Silverio, donde su valor bajo una lluvia de plomo le propició el ascenso a Teniente Coronel y con 33 años es enviado de nuevo a ultramar a poner orden en la provincia española de Puerto Rico, de donde a petición propia es enviado a la isla de Cuba, donde toma el mando del Batallón de cazadores de Reus y cuando comienzan las hostilidades de la denominada guerra chica, está al mando del batallón de cazadores de Isabel II, formado por recios voluntarios asturianos emigrados en aquella isla.
En hechos de guerra logra el ascenso a Coronel en 1877 y a Brigadier en 1880.
En 1886 es nombrado Gobernador militar de la provincia de Oviedo y un año más tarde de nuevo ha de cruzar el océano para encargarse de la gobernación de Santiago de Cuba, de donde retorna a casa en 1889 a ocuparse de nuevo de la gobernación militar de Oviedo, además por su idoneidad y probada honradez es encargado de la Inspección de la caja de Ultramar, en cuyo desempeño será ascendido a General de División en mayo de 1892 y nombrado Comandante general de Castilla la Nueva.
Pero la paz no fue nunca una constante en su vida y en 1895 está de nuevo peleando por España en la isla de Cuba, le colocan como ayudantes de campo en calidad de observadores a dos jovencísimos oficiales del ejército británico recién salidos de la academia de Sandhurst, se trata de Reginald Barnes y de Winston Churchil, quienes a las órdenes de aquel brioso general asturiano, aprenderán cosas de las guerras que no se enseñan en los manuales de Academia alguna, en acciones en que ambos seran condecorados por don Álvaro en dos oportunidades con medallas españolas que orgullosos lucirán años después.
En la feroz jornada del Lajar, en mayo de 1896, el General, insufló hasta el paroxismo el ánimo de sus tropas, lanzándose el primero al asalto y recibiendo dos impactos de bala que no lo apearon de su caballo, entrando como lo que era, un héroe, sobre las trincheras cubanas seguido de sus valientes soldados asturianos, en uno de los sucesos más heroicos de aquella inútil guerra.
Aquella bravura le valió el ascenso a Teniente General y la más sincera admiración de sus tropas, británicos incluidos.
Cabe mencionar que Inglaterra, Francia, Alemania y los Estados Unidos alentaban la insurrección cubana con las miras de hacerse con los residuos del imperio español en ultramar, por lo que silenciaban los hechos heroicos o los contaban siempre bajo la óptica del vilipendio y el desprecio al valor de los soldados españoles.
Después de tanto batallar, el guerrero asturiano fue destinado a su tierra en cargos menos belicosos en principio, fue Presidente del Consejo Supremo de Guerra y Marina, en dos ocasiones, diputado al congreso por Pravia, Senador por derecho propio y en 1913, tras una hoja de servicios impecable a España, fue enviado a la reserva en su hermosa posesión del Coto de San Nicolás de Gijón, ciudad que por fin le tuvo de manera constante entre sus vecinos y que supieron de la generosidad del general, de su amabilidad y bonachón carácter campechano, humilde y dicharachero.
De sus cuatro hijos, el primogénito seguirá sus pasos e incluso fue su ayudante en 1909 cuando era Teniente Coronel del arma de Infantería, don Manuel Suárez Valdés Perdomo, luego seguiale don Luis, que optó por la discreción de una carrera profesional liberal, su hija doña María que casó con el gijonés don Facundo Castañón y el benjamín don Luciano que fue un reconocido abogado que se desempeñó como fiscal de la Audiencia provincial.
Desde el tipismo gijonés del barrio de La Catalana, en la Arena, por aquel entonces y salvando un ligero cauce de un arroyo que bajaba del Real, atravesando un puente de madera, subía un recto y pronunciado camino de tierra, que fenecía en lo alto del Coto contra las verjas de un chalet, tan hermoso como acogedor, esa era la casa de don Álvaro y ese camino a su fallecimiento el ayuntamiento de Gijón le colocó el nombre de calle del General Suárez Valdés.
Don Álvaro dejó de existir físicamente a las cuatro de la madrugada del día cuatro de marzo de 1917, cuando contaba 76 años de edad, sus últimas voluntades eran que deseaba un entierro humilde, sin los honores debidos a su vida y rango, por lo cual fue llevado al Sucu a hombros del ejército español sobre un sencillo ataúd sobre el cual iba la bula y la bandera que había defendido con su sangre, con tanto ardor y valor como sabiduría.
De haber tenido una pizca de vanidad hubiera lucido su ataúd, varias cruces rojas de primera, segunda y tercera clase al Mérito militar, la Gran Cruz del Mérito Militar pensionada, la Gran Cruz del Mérito Militar Blanca, Cruz, Placa y Gran Cruz de San Hermenegildo, la Gran Cruz de Isabel la Católica, la Gran Cruz de María Cristina, Medallas de Cuba de Alfonso XII, Medallas de Cuba de Alfonso XIII.
No hubo salvas de fusil, ni cañonazos en el cerro, solo hondo pesar y sentimiento, desde 1909 existía un cuartel cerca de su casa y los soldados salieron a formar en el exterior del mismo, en traje de gala con su comandante rindiendo el sable desnudo ante el féretro, para ver partir al héroe a su ultimo combate con la eternidad, el corneta de ordenes tocó a silencio.
Hernán Piniella